No leerás.
¿Por qué deberían creernos los niños cuando decimos que leer es importante? Durante décadas fue tan evidente que ni siquiera parecía necesario hablar de esto: era obvio que te iba a ir mejor si sabías leer. Para tener más posibilidades; para poder elegir y no estar condenado a lo que sobra. Leer era necesario, sencillamente, para vivir mejor. ¿Por qué hoy necesitamos insistir en la importancia de la lectura? ¿Cuándo dejó de ser evidente? No es lo mismo cuando en los comienzos del siglo se hablaba de leer, ni cuando se llevaron adelante campañas nacionales de alfabetización, que el hecho de que hoy estemos destacando el valor de la lectura. En aquellas oportunidades, esa “importancia” estaba asociada incuestionablemente a la esperanza. Hoy, hablar de la importancia de leer, tiene un sabor amargo, de gesto desesperado que lucha contra la corriente, de fracaso.¿Desde cuándo dejó de ser necesario leer para vivir mejor? ¿Cuándo empezó a ser claro que el reconocimiento social, la posición económica y el éxito no dependían de la cultura que se tuviera, ni de leer?
La pérdida del gusto por la lectura no es ajena a los valores que se fueron escogiendo. A una sociedad que se fascina ante el éxito sin preguntarse por su contenido ni por cómo se obtuvo. Éxito, fama, punto. ¿Qué importa cómo? Tampoco es ajena a que dé lo mismo obtener rédito económico con un emprendimiento empresarial que genera fuentes de trabajo, que hacerlo con una especulación financiera que se hace en segundos.
En esa compleja trama de elecciones, el peso de los medios de comunicación es decisivo. Como señala Milan Kundera en “El arte de la novela”: “La novela (como toda la cultura) se encuentra cada vez más en manos de los medios de comunicación; éstos… distribuyen en el mundo entero las mismas simplificaciones y clichés que pueden ser aceptados por la mayoría, por todos, por la humanidad entera… Basta con hojear los periódicos políticos norteamericanos o europeos, tanto los de la izquierda como los de la derecha, del Time al Spiegel todos tienen la misma visión de la vida que se refleja en el mismo orden según el cual se compone su sumario, en las mismas secciones, las mismas formas periodísticas, en el mismo vocabulario y el mismo estilo, en los mismos gustos artísticos y en la misma jerarquía de lo que consideran importante y lo que juzgan insignificante…”
Piensen en los modelos de éxito que se ven en los medios. ¿El éxito de quién pasó por los libros? ¿Estudió economía, Soros? ¿Madonna estudió canto? Por supuesto que han debido estudiar, formalmente o no, y que deben ser profesionales de una rigurosa disciplina; pero en ningún reportaje se refleja eso. Sólo se hace hincapié en el resultado como algo inmediato. Nunca es fruto de una laboriosa construcción. Se parece al premio de un concurso o de una lotería. ¿Recuerdan algún documental de Spielberg produciendo una película? ¿O uno de Michael Jackson diseñando y ensayando el baile que hará en un vídeo clip? ¿O el de Peter Gabriel estudiando ritmos africanos y componiendo? Sólo se muestran los resultados como algo inmediato,
Desaparecieron dos nociones, la de “oficio” y la de “aprendizaje”. La de “oficio” porque las obras aparentemente no se construyen: se dan, fruto del talento y la espontaneidad. Y así no necesitan de ningún “aprendizaje” para llevarse a cabo. Nada se construye, nada crece. Todo es algo dado e inmediato.
¿Por qué harían falta los libros? ¿Para qué haría falta estudiar algo? Si todo parece ser obra de un golpe de suerte, de un talento innato. Suerte y escenario: eso es todo lo que hace falta.
La pérdida del hábito de la lectura no es la enfermedad, es el síntoma. La enfermedad está en otra parte, en las elecciones que se fueron tomando como sociedad. La llegada sin camino, el éxito inmediato, sin importar qué ni cómo, es un suicidio social. Y es, además, una mentira, una ilusión que debemos desarmar.
Si con sólo apretar dos teclas, alt y shift, o control y F7 suceden muchas cosas, no es sólo porque llegamos a una poderosa síntesis tecnológica, sino porque antes un grupo de personas diseñó y tomó muchísimas decisiones. No es lo mismo lo que hace falta leer para ser un miembro de la familia Los Simpsons que lo que hace falta leer para ser uno de los autores de la serie.
Para que nuestro mensaje de que leer es importante sea verosímil debemos mostrar que creemos que hay resultados que no son inmediatos; que dominar un oficio es necesario, que el aprendizaje y la disciplina también lo son; que los programas de concursos y la lotería son una incierta manera de conseguir algo; que rating no es lo mismo que importante; que no todos los éxitos son iguales; que no da lo mismo cualquier rédito económico; que la diversidad ofrece más oportunidades que la uniformidad; que las cosas son más complejas y matizadas de lo que se puede mostrar en una edición de 15 segundos.
Esa manera de ser consecuentes con lo que sabemos, sin duda será el mejor plan de fomento a la lectura.
© Luis Pescetti