En este suelo donde abundan ciénagas
ocultas entre las palabras grises
las bibliotecarias llegan y con el abanico
de sus manos
despejan la bruma del aire,
oxigenan con palabras de colores
ese aire, suspiran y de su exhalación
brotan semillas, estallan en flores pulposas
los anaqueles, las estanterías.
ahora los libros son plantas hermosas,
llenas de hojas con ojos y pies,
desde los estantes se oyen canciones
se escuchan voces cuenteras
que cuentan los cuentos desde susurradores
que robaron de los mares profundos.
De la biblioteca retumba el silencio fresco,
no es pesado leer cuando la bibliotecaria
acicala los almohadones
y los hace más mullidos que nubes
y ahí la purretada se tira a envolverse en historias.
Llegan las bibliotecarias y perfuman
el ambiente cuando abren un tratado
sobre hierbas aromáticas y medicinales del litoral,
o abren justo un recetario para préstamo donde se lee
la forma perfecta de preparar unos bizcochos
a la hora de la leche.
Los bibliotecarios abren las ventanas y entran pájaros,
son libros con alas si los ven de lejitos.
Hora de cerrar la biblioteca,
las bibliotecarias besan el aire,
saludan de manera primorosa a sus compañeros: sellos,
tinta, tarjetas, tijeras, tejuelos, pañuelos
para los estornudos cada vez que acunan
un libro recién llegado a la sala,
y se van.
Mañana regresarán las bibliotecarias,
vendrán con colegas bibliotecarios,
llegarán con hoyuelos en las mejillas,
con la risa brillante, con la brisa a favor porque son eso:
bibliotecarias y son ellas las que ayudan a desplegar las alas
que otros necesitan para volar.
¡FELIZ DÍA, COLEGAS: ADOLFO, KARINA Y LORENA!
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